golf

Tuesday, October 05, 2004

Un cuento de golf, para leer a los mas chicos, reflexionando los grandes

Era un día primaveral y Andrésestaba en el campo de golf siguiendo el habitual juego de fin de semana de su padre y amigos. Él lo hacía durante los últimos 5 hoyos porque luego de finalizar su vuelta, el padre lo sacaba a la cancha a practicar unos tiros y eso le fascinaba a pesar de no levantar mucho la bola del suelo. Era un momento de comunicación y diversión con su padre y él se sentía muy dichoso y compenetrado en la tarea. Casi sin darse cuenta, los hoyos pasaban y el juego de los domingos había finalizado.

Andrés creció año tras año, tuvo en el cole una pelota entre sus pies, hizo goles, y pateó penales; pero rutinariamente esperaba el Domingo, para limpiar los palitos, buscar alguna pelotita nueva y empezar a hablar el mismo lenguaje con su papi. Era un ida y vuelta de boggies y birdies, swinges y papas, todo era golf y el golf era todo.

La Escuela de Golf, comenzó a hacer las primeras intervenciones en el swing de Andrés, ya el padre quedaba detrás de la gatera, mirando al profe dar sus indicaciones; antes, era él el que tocaba los hombros de Andrés, y aunque lo seguía haciendo los Domingos, ahora Andrés no lo dejaba porque decía que el profe le había dicho otra cosa.

Papá sabía que la escuela era lo mejor para su hijo, tomar esas clases tan fundamentadas y que eso lo llevaría al gran momento «La competencia». Había días, que esperando que su hijo terminara su clase de golf, su mente divagaba por años pasados pensando en lo lindo que hubiera sido poder jugar los Torneos Internacionales..., él había tenido su oportunidad, pero en ese entonces su padre, un prestigioso abogado, consideraba que era una pérdida de tiempo y que descuidaría sus estudios universitarios, viajando tanto y teniendo tantas horas de práctica.
...Si Andrés pudiera...., cómo lo disfrutaría.....

Andrés más que disfrutar empezaba a sentir la presión de competir. Los Torneos de Menores comenzaron y él con su carrito y bolsa de palos, tuvo que empezar a elegir qué palo jugar, dónde ubicar la pelota, y ya su padre no podía darle indicaciones, eso estaba penalizado por el reglamento.
El padre lo acompañaba ahora a él. Todos los Sábados que tenía torneo se mordía las uñas, fumaba, apretaba las mandíbulas, ataba nudos con la promesa de desatarlos si Andresito metía una.

Andresito sentía que su padre quería que él gane, lo único que parecía importar era ganar y notaba, que cuanto más pensaba en ello más se tensionaba y más fuerza ponía a su swing. Ya no jugaba con la soltura de aquellas tardes en que salía con su padre, y éste a su vez, ya no se reía como acostumbraba al ver a su hijo levantar arena y más arena del bunker.

Sus miedos en el comienzo eran que no le alcanzara la luz del sol, para salir esos pocos hoyos con su padre; ahora los miedos se le hacían más y más presentes; sentía miedo de pasarle por arriba a la pelota, de tirarla a la calle, de mandarla a la laguna; y justamente esos pensamientos se le aparecían cuando estaba parado frente a la pelota, lo que hacía que se le entumecieran los brazos y olvidara la posición de la bandera en el green.

A pesar de tantos pesares, Andrés a su manera se entretenía y había algo fuerte, muy fuerte que lo impulsaba a seguir adelante. Iba dos veces por semana a tirar pelotas, y Sábado por medio tenía un torneito.
Todos estos meses había sentido la presión de ganar, cada vez que iba a un Torneo, trataba de concentrarse todo el tiempo, de no distraerse en pavadas ...., y no había tenido buenos resultados. Cuando erraba un tiro trataba de pensar, qué había hecho mal, recordando paso a paso lo que su profesor le decía. El sentía un gran deseo por jugar bien, lo apasionaba el golf, el verde, el putt, la arena; sentia que estando en el campo él era invencible; y cuando esos pensamientos ya no eran sino un manojo de emociones fuertes, se controlaba para poder rendir mejor y ganar así su primer torneo.

Pero esto no ocurría, y a pesar de la pena que le daba, Andrés seguía intentándolo. Pensaba en lo que pasaba en cada torneo y cuando, entre propaganda y propaganda, se quedaba flotando en sus pensamientos, él recordaba cómo le embromaba ver a su viejo nervioso, escondido trás los árboles preocupado por ver la bola en el rough, recordaba que cada tiro había sido un sufrimiento y que había llegado al 18 casi sin darse cuenta, casi sin disfrutar de nada, en una lucha constante por obtener un triunfo que nunca llegaría. Sintió algo mágico, algo que venía desde dentro, una certeza desde lo emocional que le hizo saber de repente que el secreto era gozar, ¡porqué no volver a gozar!. Ya no quería más luchar tan amargamente, Andrés, TV de por medio, había decidido desde sus sentimientos empezar a disfrutar sus Sábados de golf, disfrutar del verde de los greens, del verde de los árboles, de los chistes de su compañero más zafado, y de los partidos de futbol que jugaban cuando terminaban la vuelta y a los que no se había sumado, por irse a practicar en el putting green.

No duró mucho inmerso en estos pensamientos, Tinelli lo distrajo con sus gritos y de golf no supo más nada.

Pero como era de esperarse, otro fin de semana llegó y había un torneo por delante. Parado en en tee del hoyo uno, Andrés recordó en lo que había soñado, «una vuelta suelta, alegre, sin tantos autorreproches, sin tantos pensamientos sobre su espalda, y con ganas de jugar, ¡tan sólo de jugar!.
Así fue que empezó, tiró su drive, y cómo si una nube mágica lo hubiese envuelto, entró en un clima de armonía, goce, placer, de sensaciones varias, pero donde lo único que veía era el hoyo, la bandera, el green, el fairway, el tee de salida. Todo se conectaba a su debido tiempo, nada estaba fuera de lugar. Su swing fluía como agua de manantial, él no tenía la intención de controlarlo todo, él estaba disfrutando su ritmo, sus silencios, sus risas, sus movimientos.
¡Qué placer sentía!, tanto estaba compenetrado que ni había visto que hasta su padre había cambiado de actitud, ya no iba por los arbustos escondido, iba caminado el fairway, acompañándolo más tranquilo, por que notaba que algo había cambiado, que el juego se daba y que su hijo tenía una expresión de placer, de disfrutar cada tiro y que el resultado que iba obteniendo cubría sus expectativas.
Casi sin darse cuenta, y demasiado pronto, llegó al hoyo 18, con un score lo suficientemente bajo como para ser el número uno, ¡había ganado su primer Torneo!.


Andrés y su padre son ficticios, pero algo de toda esta historia lo vemos en los campos de golf. Ojalá muchos padres e hijos puedan jugar juntos, puedan disfrutar el crecer juntos deportivamente, puedan también GANAR, pero en todo sentido.

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